Día de los Fieles Difuntos
Juan 6:37-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.
La muerte, es una de las cosas más difíciles de aceptar en nuestras vidas. La muerte es una de las cosas más maravillosas que podemos aceptar en nuestras vidas. La muerte es dura, la finalidad de todo. Nunca olvidaré a mi papá muriendo en casa, vinieron y lo recogieron y lo pusieron en una bolsa de plástico. Cerró la bolsa de platisco y lo puso en la parte trasera de la camioneta. Cuando la camioneta se alejó, pensé: "Se acabó. ¡Adiós, papá"!
La muerte parece ser el final, pero en lo profundo de todos y cada uno de nosotros habita la fuente de la vida, el lugar del hogar donde reside Dios.
Entonces, ¿cómo podría mi padre, ¿cómo podría alguien que ha muerto llenarse de la chispa de la vida y luego apagarla de repente? Porque después de morir, son recibidos directamente en los brazos de Dios, tal como lo fue Jesús mismo cuando murió. Dios nos lleva a una preparación plena y completa mientras nos toma en sus brazos. Mi papá estaba rodeado de mi mamá y mis hermanos y hermanas cuando murió, aquellos que más lo amaban. Fue tomado de nuestros brazos al que más lo amaba. Fue llevado a los brazos de Jesús.
El Evangelio de hoy es desde el centro del discurso del pan de vida: Juan 6. La maravillosa enseñanza de Juan sobre la Eucaristía. Para aquellos de nosotros creyentes católicos, la Eucaristía es lo que hace que la realidad de la muerte sea significativa. Nunca es el final. Jesús nos promete: "Si comemos el pan de vida... nunca moriremos, si bebemos su sangre siempre tenemos vida". En la Eucaristía, Jesús nos da la bienvenida a la vida eterna. Al participar en este banquete aquí estamos siendo preparados para la vida eterna. Esta comida que compartimos no es alimento físico, no, es alimento espiritual que dura para siempre. Duramos para siempre. Esa es la promesa que escuchamos en esta breve parte del evangelio para la celebración de hoy. "Todo el que ve al hijo y cree tendrá vida eterna.
Hoy se trata de recordar a los que han muerto. Ese es el hermoso significado del día de los muertos. El Día de Muertos no es el Halloween mexicano. No se trata de disfrazarse de duende y asustarse unos a otros, compartiendo dulces para que los fantasmas no nos espantan. No, el día de los muertos es el Día de los Difuntos, es recordar. Recordamos a los que han muerto.
Qué hermosa costumbre es el día de los muertos. Mi hermana Eileen perdió a su esposo hace unos años. Cuando se enteró del día de los muertos, hizo un altar en su casa. Velas y flores, fotos de su esposo y otros que habían muerto para "recordarlos". Colocó en el altar aquellas cosas que eran importantes para su esposo, no en un memorial macabro, sino en una alegre celebración de la vida.
La mejor manera de recordar a los que han muerto es reunirse para celebrar esta eucaristía. Nos reunimos para recordar a todos los que han muerto, tal como dijo Jesús en el Evangelio de hoy. Todos están aquí mientras nos reunimos alrededor de esta mesa. Nadie se pierde, nadie se olvida. En el pasado, hoy se trataba de orar para que la gente saliera del purgatorio. Pero si los fieles difuntos salen del purgatorio al mismo tiempo, están entrando en la vida eterna. Así que celebremos sus vidas hoy. Celebremos que aquellos a quienes amamos y nos han precedido están ahora en el abrazo amoroso de quien nunca olvida.
Para decirlo simplemente, "la vida después de la muerte" es nada menos y nada más que amor. Y Dios es amor.
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